lunes, 23 de marzo de 2015

Mediocre

23/03/2015


Encontró la inspiración en una botella de cerveza, en un porro, en un perro, cualquier cosa era su musa, mientras ya no fuera ella. Estaba devastado, pero era necesario. Es la única forma coherente que existe para escribir bien dos o tres reglones de mierda.

Su cabeza le dolía, pero solo era un síntoma somático de todos los raspones, las grietas, puntadas y demás lesiones que habían en su alma desgarrada. Odiaba sentirse así, aparte de todo, no podía comprenderlo. ¿Qué demonios era eso que le afligía tanto? En serio, no lo sabía.

Sus hojas de papel, hablaban exactamente de lo mismo cuando estaba con ella. Patético. Otro escritor mediocre. Tenía la inspiración de su Melpómene a un lado, pero trágica por naturaleza, necesitaba perderla para poder encontrar la belleza de sus letras.

No existía monotonía en sus palabras. Su estilo de redacción se volvía maravilloso en un instante. La quería cerca, pero la necesitaba lejos. ¡Puta madre! Era la única forma de volverse un prodigioso de las palabras y tenía que aceptarlo. Estaba claro, su éxito dependía de la lejanía en la distancia que hubiera entre ambos.

Con todo eso y más se engañaba cada día para no sentirse triste. Sus escritos eran mejores pero no sobresalían de la media. La quería demasiado, añoraba su presencia, pero le faltaban huevos para aceptar esa mediocre realidad de la que dependía y hacer algo al respecto. Sin embargo, había encontrado la inspiración en una botella de cerveza, en un porro, en un perro, cualquier cosa era su musa, mientras ya no fuera ella.


Escritos de un prosaico pseudo enamorado.

lunes, 9 de marzo de 2015

El sabía escribir muy poco.

09/03/2015


Él sabía escribir muy poco, pero estaba enamorado de las letras. Le encantaba el romanticismo de las comas, la elegancia de los acentos escritos y le aterraba profundamente, la frialdad de los puntos finales.

Añoraba saber qué ocurriría detrás de esos tres puntos suspensivos, se enojaba con las explicaciones entre paréntesis (decía que eran muy redundantes), y realmente se apasionaba con el dramatismo explícito, brindado por unos signos de exclamación bien ubicados.

Danzaba entre prosa y soñaba en poesía, vivía entre cuentos, relatos, ensayos y biografías. Su vida dependía del rumbo que tomarán los párrafos, seguidos del punto y aparte. Se maravillaba enormemente de las letras capitales adornadas en algunos libros de cuentos de hadas, y enloquecía bravamente con el exceso de yuxtaposiciones en pequeños contenidos.

Conocía la soledad de las diéresis, apostrofes y demás virgulillas y las comprendía perfectamente. Por eso se admiraba de ellas cuando hacían su aparición triunfal, salvando por completo la historia de un enunciado.

En un principio se sorprendía por las hazañas de Titivillus en algunos de sus autores preferidos, sin embargo, después de un tiempo ya no se impresionaba, pues sabía que Seshat protegía los libros favoritos de su biblioteca personal.

Le agradaba la capacidad descriptiva que le brindaban las onomatopeyas, pero nunca le agradaron los guiones dividiendo las palabras; también había que mencionarlo, los punto y comas normalmente lo confundían.

Pensar en el tiempo, para él, era algo que le traía sentimientos encontrados. Por una parte pensaba en el tiempo que pasaba con sus libros y lo amaba. Por otra parte, comenzaba a odiarlo sabiendo que el tiempo se le agotaba y no sabía cuántas combinaciones de palabras no conocería.

A veces se enojaba con sus libros por esos finales que eran lo más alejado a lo que él esperaba; sin embargo, no podía remediarse, y aunque solía hacerlos volar por el enojo en algún momento, nuevamente les brindaba todo su cariño y amor, y los regresaba al altar que hacían los estantes de su librero.


Él sabía escribir muy poco, pero era un lector obsesivo, enamorado de las letras.


Notas de un escritor pedante.

lunes, 2 de marzo de 2015

Microrrelato #1


02/03/2015

Érase una vez un cuento de hadas. Érase una vez una vida. La vida no era un cuento de hadas y al cuento de hadas definitivamente no se le podía llamar vida. Y así pasaron la eternidad juntos, fingiendo comprenderse el uno al otro, gastándose bromas sarcásticas, dolorosas para los enamorados, incompresibles para los estúpidos.


Pequeñas notas de un escritor pedante.