Es difícil hacer entender a los
demás el por qué, en fracción de segundos, una plática deja de tener el menor sentido
para mí. Cómo de la nada, cambio de tema drásticamente y no poder fluir en la
misma conversación que dos segundos atrás era tan intensa y congruente.
No es nada sencillo tener que
explicarle a cada persona que me pregunta, por qué me vuelvo el más serio e
irritable en los lugares más alegres, y por qué no puedo contener una carcajada
y ser el más inoportuno en los sitios donde demuestro, que la cordura es lo que
más me falta.
Yo creo que cuando la memoria me
falla es cuando vuelvo a ser feliz realmente, o mejor dicho, es cuando hago un
contacto real, con los sentimientos que me aturden y juegan bromas pesadas como
las que menciono.
A veces me falla la memoria, pero
no es esa falla de “no sé en dónde estoy”, “¿Cómo llegué aquí?” Sé en dónde
estoy y sé cómo llegué aquí, eso lo tengo claro. Pero esas veces que me falla
la memoria es al mismo tiempo lindo, raro y doloroso. Porque, cuando me falla
la memoria, todo se deja caer de golpe, y no puedo parar de recordarte.
Escritos de un prosaico pseudo enamorado.
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