lunes, 9 de marzo de 2015

El sabía escribir muy poco.

09/03/2015


Él sabía escribir muy poco, pero estaba enamorado de las letras. Le encantaba el romanticismo de las comas, la elegancia de los acentos escritos y le aterraba profundamente, la frialdad de los puntos finales.

Añoraba saber qué ocurriría detrás de esos tres puntos suspensivos, se enojaba con las explicaciones entre paréntesis (decía que eran muy redundantes), y realmente se apasionaba con el dramatismo explícito, brindado por unos signos de exclamación bien ubicados.

Danzaba entre prosa y soñaba en poesía, vivía entre cuentos, relatos, ensayos y biografías. Su vida dependía del rumbo que tomarán los párrafos, seguidos del punto y aparte. Se maravillaba enormemente de las letras capitales adornadas en algunos libros de cuentos de hadas, y enloquecía bravamente con el exceso de yuxtaposiciones en pequeños contenidos.

Conocía la soledad de las diéresis, apostrofes y demás virgulillas y las comprendía perfectamente. Por eso se admiraba de ellas cuando hacían su aparición triunfal, salvando por completo la historia de un enunciado.

En un principio se sorprendía por las hazañas de Titivillus en algunos de sus autores preferidos, sin embargo, después de un tiempo ya no se impresionaba, pues sabía que Seshat protegía los libros favoritos de su biblioteca personal.

Le agradaba la capacidad descriptiva que le brindaban las onomatopeyas, pero nunca le agradaron los guiones dividiendo las palabras; también había que mencionarlo, los punto y comas normalmente lo confundían.

Pensar en el tiempo, para él, era algo que le traía sentimientos encontrados. Por una parte pensaba en el tiempo que pasaba con sus libros y lo amaba. Por otra parte, comenzaba a odiarlo sabiendo que el tiempo se le agotaba y no sabía cuántas combinaciones de palabras no conocería.

A veces se enojaba con sus libros por esos finales que eran lo más alejado a lo que él esperaba; sin embargo, no podía remediarse, y aunque solía hacerlos volar por el enojo en algún momento, nuevamente les brindaba todo su cariño y amor, y los regresaba al altar que hacían los estantes de su librero.


Él sabía escribir muy poco, pero era un lector obsesivo, enamorado de las letras.


Notas de un escritor pedante.

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